XXIX HOMENAJE AL FLAMENCO: “RANCAPINO”
Años ochenta. Un irrepetible Fernando Quiñones, que a la sazón
acaba de pregonar el carnaval montillano en el teatro “Garnelo”,
aparece por la peña “El Lucero” para disfrutar del arte de su paisano y
fundirse con él en un sentido abrazo. Su paisano chiclanero, ese con
estampa de artista y un eco propio, tan doloroso, que lo distingue.
Ese flamenco vivencial, que canta desde chico, cuando correteaba
por las ventas. Ese cantaor singular y auténtico en tanto en cuanto
es heredero del mejor cante de Cádiz, y por ello necesariamente
del solemne e inquebrantable torrente del maestro Aurelio, cima
insuperable del flamenco grande e intemporal. Y es que a pesar de
su añoranza marcadamente pesimista, tal y como él mismo lamenta
en uno de sus cantes por malagueñas del Mellizo:
“El cante que había en Cai
se lo llevó Dios.
Aurelio, Manolo Vargas,
La Perla y Pericón,
Beni de Cádiz y Camarón”,
Cádiz está en el ADN del Flamenco y por tanto, es consustancial
a su sentir. Si cae en el olvido este saquito de ecos esenciales, se
habrá demolido la piedra angular de nuestra música y se la habrá
condenado a compartir la mediocridad artística que en gran medida
impera. Y ahí no solo nos encontramos a nuestro cantaor, también a
su prometedora estirpe.
Ese es Alonso Núñez “Rancapino” y hoy homenajeamos en su
figura al Flamenco con mayúsculas.
Manuel Ruiz Galán
Febrero 2014
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